Estudié historia por la fascinación que sentía al escuchar las clases de mi profesora de Historia en la secundaria. Me encantaba las maravillas que narraba de los grupos que poblaron México: los aztecas, los mayas, los huastecos, etc., las cuáles complementaba con monografías, compradas en la papelería, que estaban ilustradas con impresionantes pirámides, artículos de orfebrería, cerámica, etc., todo eso me parecía increíble. Pero más que las grandes edificaciones me impactaba la inteligencia, capacidad y destreza de los seres humanos de esa época para construir esas maravillas. Así pues, para mí, desde adolescente, la historia iba más allá de las fechas, de los grandes personajes, me impresionaba sobretodo la grandeza de esos pueblos, y me preguntaba: ¿porqué nosotros éramos incapaces de repetir tales hazañas?
Mi idílica imagen de la historia cambió cuando estudié Historia en la Universidad Autónoma Metropolitana en donde mis profesores fueron profesionistas latinoamericanos, formados en la escuela francesa de los Annales en donde los procesos, más que el acontecimiento, el tiempo y el espacio, más que el dato y la fecha, son parámetros para el análisis y comprensión histórica. De estos profesores, también aprendí a realizar un análisis objetivo y crítico del pasado. Entendí que la historia no tiene una trayectoria lineal sino que tiene forma de espiral, de construcciones y deconstrucciones. Así pues, el pasado es una reconstrucción y comprensión de procesos, de conformación de estructuras cambiantes y dinámicas, que resultan importantes para entender el presente pero sobre todo para construir un futuro. A estas ideas, he agregado, de mi formación como socióloga, la importancia de la acción de los seres humanos, enmarcados en un tiempo y un espacio, para transformar y construir una sociedad mejor. De esta manera, el pasado deja de ser algo mítico o sagrado y se convierte en factor central para el cambio social más que algo inmóvil o asociado a un objeto o bien expuesto en un museo. Por ello, me resulta tan preocupante el uso y significado que se le quiere conceder actualmente a la historia, y sobretodo el aferramiento a un pasado más que visualizar una estrategia clara para construir un futuro mejor para México. Particularmente, quiero algunos aspectos, en torno a las conceptualizaciones de la historia que se han difundido recientemente.
Primero, la historia no puede verse como recuento maniqueísta de buenos y malos, de víctimas y victimarios, de vencedores y vencidos. Recurrir siempre a esta idea condena a una imagen perpetua de que estamos así, y seguiremos estado por haber ido violentados, colonizados, oprimidos, etc., en lugar de indagar el por qué aconteció esto, conocer los factores que propiciaron las derrotas, las pérdidas de territorios, para no repetirlos, y construir un futuro social mejor. Pongo un ejemplo, la derrota de la gran Tenochtitlán ciertamente fue ocasionada en parte por la superioridad militar de los españoles, pero no es todo es así, porque entonces ¿cómo explicar las derrotas que sufrieron los españoles por parte de los aztecas? No, la caída también se debió al dominio autoritario que el Imperio Azteca tenía sobre otros pueblos, quienes cansados de este dominio se aliaron a los españoles en busca de la liberación de sus pueblos. En ese sentido, visualizar a la Malinche o los Tlaxcaltecas como los eternos traidores a la patria, cuando esta noción de nación ni existía, es juzgarlos fuera de su tiempo y espacio, y sobretodo es no querer asumir nuestra responsabilidad social en el tiempo que nos tocó vivir.
Segundo, la historia no está hecha de villanos y héroes sino de seres humanos que se mueven de acuerdo a sus circunstancias temporales y espaciales. Preservar la idea de héroes excluye de la historia a las heroínas pero también a miles de hombres y mujeres que han conformado lo que llamamos México actualmente. En México, a diferencia de otras naciones, tenemos una historia oficial metida hasta la médula. Aprendemos el amor nuestra bandera, a nuestro himno, el escudo nacional y a nuestros héroes nacionales desde preescolar, en donde semana a semana cantamos el himno nacional y hacemos honores a la bandera. Lo cual es encomiable para la cohesión social como nación o tener una identidad como pueblo. Sin embargo, eso borra las complejidades de la historia e impide ver las aportaciones que otros mexicanos y mexicanas han tenido. Condenamos de por vida a personajes como Antonio López de Santa Anna, Victoriano Huerta, Porfirio Díaz, sin hacer una tratar de comprender de manera objetiva el momento en que se desenvolvieron. Damos lugar a una idea tersa y homogénea de nuestra historia. Por eso figuras como Francisco I Madero, Emiliano Zapata, Francisco Villa, Venustiano Carranza y Álvaro Obregón aparecen de manera cronológica y armónica en nuestros libros de texto, sin reconocer las diferencias que existieron entre ellos, y que difícilmente pudiesen haber estado juntos mucho tiempo en el mismo espacio. Las diferencias históricas son importantes reconocerlas para tejer consensos más que polarizaciones entre los mexicanos. El pensar diferente no es un delito es una forma de ejercer la libertad de pensamiento y expresión.
Tercero, aferrarnos a objetos históricos como si de ellos dependiera nuestro presente y futuro como país resulta bastante preocupante en especial cuando en México el cuidado de nuestro patrimonio histórico ha sido casi nulo, tanto en el pasado como en el presente. Algunos ejemplos para ilustrar este apartado. Se quiere regresar los códices precolombinos al país, cuando tenemos miles de archivos de la historia colonial, moderna y contemporánea sin atender, cuando los archivos con los que contamos carecen de los condiciones materiales y profesionales para cuidarlos, uno se pregunta ¿qué caso tiene andar buscando el regreso de estos objetos, cuando no se es capaz de cuidar lo que se tiene? No se trata solo de quererlos o recuperarlos sino preguntarnos ¿si existen las condiciones necesarias para preservarlos?. Sin ser especialista en archivos, aunque si usuaria, le puedo decir que se obtuvieran, después de la novedad terminarían abandonados y tal vez perdidos. Por otra parte, se quiere recuperar piezas históricas, como el Penacho de Moctezuma, en lugar de atender las necesidades que tienen las zonas arqueológicas, los museos, y sobre todo las condiciones laborales de los trabajadores en estos lugares que se dedican a cuidar del patrimonio histórico. Resulta paradójico querer recuperar estos objetos y haber reducido el 75% al Instituto Nacional de Antropología e Historia que afecta a zonas arqueológicas, museos y monumentos históricos (https://www.elsoldemexico.com.mx/cultura/inah-crisis-recorte-presupuestal-riesgo-conservacion-museos-templo-mayor-5601483.html ).
Finalmente, se encuentra el uso de la memoria. La memoria histórica como en los humanos es selectiva, recordamos los hechos que nos hacen felices, en los que salimos victoriosos, pero olvidamos derrotas, fracasos, eso en los individuos tiene costos pero a nivel país tiene costos para generaciones futuras. Recuerdo una visita que hice a un museo en Berlín en donde la etapa del holocausto estaba eliminada y sin embargo no por ello dejaba de existir. La memoria histórica es importante para recuperar las atrocidades que se han cometido en los países, como los genocidios, el exterminio del disidente, para no volverlo a repetir, para aspirar a una sociedad más justa. La memoria histórica no es para cercenar o descalificar etapas anteriores, o hacer tabla rasa del pasado, como diría el Jean Chesneaux, simplemente es aceptar que el pasado y el presente de México forman parte de una misma realidad histórica. Desde esta perspectiva, hacer una historia a la medida, no reconociendo los aspectos, características, costumbres, etc., que han marcado a México, argumentando que somos diferente a todo lo anterior, es negar nuestra herencia histórica, y con ello, renunciar a aprender de las enseñanzas pasadas para no repetir errores y horrores históricos que no solo marcan nuestro presente sino nuestro futuro.
Dra. Cirila Quintero Ramírez
El Colegio de la Frontera Norte