El olvido del futuro: violencia infantil en Ciudad Juárez

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Artículo realizado por Blanca Yadira Lerma Peña, estudiante de la Maestría en Acción Pública y Desarrollo Social

jueves 28 de enero de 2016

La violencia infantil es una constante a nivel mundial. En Ocultos a plena luz. Un análisis estadístico de la violencia contra los niños, un informe publicado en el año 2014 por el Fondo para la Infancia de las Naciones Unidas —Unicef, por su acrónimo en inglés —, se menciona que la violencia en niñas y niños “puede atribuirse a diversas razones, entre ellas, que en algunas sociedades algunas formas de violencia contra los niños son aceptadas o tácitamente toleradas, o no se las considera como abuso. Muchas de las víctimas son demasiado jóvenes o demasiado vulnerables para denunciar lo que les ha sucedido o para protegerse” (Unicef, 2014:1). Que México ocupe, de acuerdo con la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, el primer lugar en abuso sexual y violencia a menores, hace pensar que, como sociedad, hemos olvidado que el futuro está en los niños y niñas. La violencia puede causar un daño tan severo, que puede llegar a coartar el desarrollo psicológico, físico y social de niños y niñas que la padecen.

Como Unicef declara, los menores de edad víctimas de violencia son demasiado jóvenes o vulnerables para denunciar, protegerse, o pedir ayuda. En Ciudad Juárez –de acuerdo a un artículo de Rubén Villalpando, publicado por la Jornada-, la Red por los derechos de la Infancia informó a través de su vocero José Luis Flores Cervantes, las siguientes estadísticas sobre denuncias de violencia contra menores para el año 2014: 1,972 casos de omisión de cuidados, 686 de maltrato físico, 329 de maltrato emocional, 329 de abuso sexual y 3,194 de falta de atención; lo más alarmante de estas cifras, es que en un periodo de un año, 2013-2014, el abuso sexual se incrementó en más del 200 por ciento —de 103 a 329 casos—; el maltrato físico incrementó en 30 por ciento, y el emocional en 20 por ciento (Villalpando, 2015). Estas cifras se vuelven más alarmantes porque sólo representan las denuncias realizadas, lo cual me lleva a cuestionarme la magnitud del problema de la violencia contra menores si se consideran todos los casos que no son denunciados porque, como menciona Unicef, no pudieron alzar la voz y exigir el respeto a sus derechos; o pedir ayuda a alguien más.

Así, al no poder defenderse y, al no comprender lo que sucede, comienzan a ver la violencia como algo común, a sentirse indefensos; factores que repercuten de distintas maneras. Durante el tiempo que fungí como docente de una escuela primaria, tuve la oportunidad de trabajar con niñas y niños que viven en albergues porque fueron víctimas de abusos y violencia por parte de sus familiares; son personas que, a una edad muy corta han vivido experiencias que modifican sus conductas, su forma de aprendizaje, su manera de interrelacionarse. En una ocasión tuve como alumno a un niño que, junto a su hermanita, fueron testigos de cómo su padrastro mataba a la madre de ambos, y luego los abandonaba, dejándolos conviviendo con el cadáver durante días, hasta que una vecina se dio cuenta y llamó a la policía; el niño frecuentemente lloraba, no quería trabajar, no tenía amigos. Llamarle la atención por no cumplir con el rendimiento esperado hubiese sido un acto frío e inhumano; permitirle estar todo el horario de clases sin trabajar motivada por lástima —el peor sentimiento que se puede tener hacia una persona — no hubiese ayudado en nada; era necesario buscar la manera para que el proceso enseñanza-aprendizaje entre el niño y yo fuese llevado lo mejor posible. Ese mismo ciclo tuve un niño que, en vacaciones decembrinas, se le permitió volver a casa con su mamá y su hermano adolescente; al volver al albergue y a clases, el niño había cambiado radicalmente de actitud: de ser inquieto, atento y sociable, se había vuelto tímido y distraído; ocurrió un suceso en el salón de clases que me hizo sospechar aún más, por lo que se le llamó al director del albergue y llevamos al niño a hacerle una revisión médica; el doctor diagnosticó que el niño había sido abusado, probablemente por su hermano adolescente.

Estas historias, y muchas más, son algo muy común que me tocó experimentar durante el tiempo que trabajé en esa institución; todas tenían algo en común: eran historias de niñas y niños violentados que habían sido dejados por el DIF en los albergues cercanos a la zona, y con eso se considera que ya se ayudó al niño o niña; porque, como menciona Unicef, “con dolorosa frecuencia, cuando las víctimas formulan las denuncias, los sistemas judiciales no responden de manera adecuada y los servicios de protección de los niños son insuficientes o inexistentes” (Unicef, 2014:1-2). Lo que los albergues pueden hacer por ellos y ellas es darles alimento, un techo, vestimenta, educación; algo de amor, dependiendo de la cantidad de menores y de cuidadores que tengan. Lo que, como institución educativa, pudimos hacer, fue brindar toda la atención posible y realizar adecuaciones curriculares que tomaran en cuenta el contexto de estos menores; como profesora muy inexperta, intenté brindar todo el amor y la comprensión que pude. Todas acciones insuficientes, porque son reaccionarias, enfocadas a solucionar el problema cuando ya pasó; hace falta muchísimo trabajo como sociedad para prevenir el abuso y maltrato infantil, porque ningún tipo de violencia, especialmente la ejercida en contra de un niño o niña, debiera seguir siendo una constante mundial. No podemos dejar en el olvido a quienes representan nuestro futuro. Un futuro donde el Estado mexicano está obligado a garantizar la vida digna de la infancia mexicana.

Blanca Yadira Lerma Peña
Estudiante de la Maestría en Acción Pública y Desarrollo Social
El Colegio de la Frontera Norte

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