El ataque de Israel a Irán iniciado el 13 de junio y finalizado en una tregua auspiciada (mejor dicho: impuesta) por EEUU el 23 de este mismo mes deja algunas enseñanzas y muchos interrogantes, no solamente sobre la geopolítica de Oriente Medio, sino en la lucha por la hegemonía mundial. Con esto en mente, en esta reflexión plantearé las consecuencias que tiene para sus principales actores esta fase de la guerra, iniciada por Israel y terminada por EEUU, para intentar detener el plan de Irán de obtención de armamento nuclear.
Israel
Desde el ataque de Hamás a Israel el 7 de octubre de 2023, este país se ha visto en el dilema de recuperar un prestigio internacional que la sorpresa y efectividad de esa masacre, aunado a la crisis de los rehenes que todavía siguen en Gaza, mancilló. ¿Cómo responder a ello? En esencia, en Oriente Medio, un país vale tanto como la fuerza que muestre (sea como poder militar, sea mediante poder suave, como el económico de Catar). El dilema se enmarca en la situación generada por el plan nuclear militar de Irán, país que continuó con el objetivo, a veces velado, otros explícito, de ser un contrapeso al poderío israelí en la región.
El ataque de junio a Irán es la respuesta de Israel a este dilema, que se ha ido aclarando a medida que el gobierno hebreo ha respondido exitosamente en diversos frentes. Lo ha hecho no solamente contra las facciones palestinas en Gaza (si bien allí el conflicto está empantanado y roza lo caótico), sino también contra Hizbulá en el Líbano, grupos pro chiítas en Irak y los hutíes de Yemen; todos ellos, dependientes logística, militar o económicamente del gobierno de Irán. Recordemos, por ejemplo, que si bien hubo una crisis en el apoyo de Irán a Hamás y a la Yihad Islámica Palestina entre 2011-2017 (por divergencias sobre la guerra civil siria y, en menor medida, la cuestión de los hutíes), Irán reanudó su apoyo financiero a estas organizaciones palestinas (Daniel Levin, Wilson Center). No es el único país que dona dinero a estos grupos armados, y no están tan vinculados como otros a la Fuerza Quds (la división exterior de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica, rama de las Fuerzas Armadas iraníes fundada tras la revolución de 1979 y que es el poder que sostiene a los líderes actuales), pero su apoyo estratégico es indudable. Es más, fue la intención de hacer descarrilar un posible acuerdo entre Arabia Saudí e Israel, similar a los que tiene este Estado con otros países musulmanes (Egipto, Jordania, Baréin, Emiratos Árabes Unidos, Sudán o Marruecos), lo que fomentó el ataque de Hamás de octubre de 2023, algo que estaría alineado con la pretensión iraní de la hegemonía regional.
Las acciones israelíes contra los grupos armados de apoyo a Irán, unidas a la caída del gobierno de Bachar Al Assad (pro Irán), sustituido por un gobernante pro Turquía, han permitido al gobierno hebreo contener las amenazas cercanas que lastraban cualquier ataque a 1,500 km de sus fronteras (y más allá), como el realizado contra el aparato nuclear, militar y de elites de Irán.
El reciente ataque de Israel (Operación León Ascendente) contra Irán es parte de una guerra irrestricta, es decir, que no se limita a los enfrentamientos bélicos, sino que incluye ámbitos como el económico, cibernético o cultural (Qiao Liang y Wang Xiangsui, 1999). Sin embargo, uno de sus puntales bélicos sucedió meses atrás. El 26 de octubre de 2024, Israel «desmanteló de forma encubierta segmentos clave de los sistemas de defensa aérea de Irán. Este ataque preliminar creó un corredor de vulnerabilidad que permitió una ofensiva sigilosa cuando llegara el momento» (Eyal Tsir Cohen y Jesse R. Weinberg, The Institute for National Security Studies, INSS). Ello, junto a acciones como las actuaciones del Mosad (servicio secreto israelí) dentro del territorio iraní (John Spencer, Jerusalem Post, en una acción con drones encubiertos con paralelismos con la Operación Telaraña de Ucrania en Rusia, explicada por Nicolas Weaver para Lawfare), han posibilitado la superioridad aérea israelí y el poder cumplir cada uno de los objetivos tácticos de la Operación León Ascendente (Yakov Lappin, Alma. Research and Education Center):
13-14 de junio de 2025
- Neutralización del conjunto de la defensa aérea iraní.
- Asesinatos selectivos en la cadena de mando militar y científica.
- Rastreo y destrucción de misiles balísticos.
14-17 de junio
- Ataque a las plantas de Natanz e Isfahan, donde se enriquecía uranio y se estaba buscando obtener armamento nuclear. Además, se bombardearon las instalaciones de la Organización de Innovación e Investigación Defensiva en Teherán, un organismo considerado como sede nuclear del país persa.
- Destrucción de más de 120 lanzadores de misiles tierra-tierra (un tercio de los lanzadores iraníes).
- Asesinatos del conjunto del mando, control e inteligencia iraníes. El asesinato de individuos sucesores de los asesinados previamente mostraba la exposición de las elites iraníes al enemigo.
En días posteriores, la falta de defensa iraní facilitó que los ataques de Israel se ampliasen a otros blancos, como la prisión de Evin (símbolo de la represión a opositores del régimen islámico) o las rutas de acceso al complejo nuclear de Fordow (David Gritten, BBC). Además, se siguió atacando a las elites de la Guardia Revolucionaria, del ejército y científicas relacionadas con el régimen iraní hasta el 24 de junio (cuadro de Alma sobre asesinados entre el 13-24 de junio de 2025).
El éxito de las primeras acciones seguramente ayudó a que EEUU aprovechase a la inercia del caballo ganador e hiciera aún más grande la ventana de oportunidad de debilitar a Irán. El ataque estadounidense (Operación Martillo de Medianoche) se efectuó la noche del sábado 21 de junio al domingo, hora EEUU, contra tres instalaciones del programa nuclear de Irán. En orden de importancia, la pionera Natanz; Fordow, a 80 metros bajo tierra y sólo alcanzable con armamento de EEUU; e Isfahan (Hugo Caro Jiménez, France 24).
¿Sale Israel fortalecida de estos ataques? Sí, pero a corto y medio plazo. Ello no solamente por haber atacado a su mayor enemigo sin apenas daños (una treintena de civiles fallecidos, frente a las casi mil bajas en Irán, incluida decenas de miembros de la elite), sino por haber implicado en su ataque, activa o tácitamente, a otros países. EEUU, por ejemplo, ha participado en la guerra, tanto protegiendo a su principal aliado en Oriente Medio, como bombardeando Irán. A cambio, el principal coste que ha pagado la potencia mundial ha sido un ataque a una base en Catar (casi coreografiado, puesto que Irán avisó tanto a este país, intermediario clave para alcanzar la tregua y seguramente para las próximas negociaciones, como a EEUU). Mientras, los países de Oriente Medio o bien no han defendido a Irán, u otros, como Jordania, han ayudado a proteger a Israel de la oleada de misiles iraníes.
Sin embargo, tras estos días de guerra la principal debilidad de Israel continúa siendo política y a largo plazo. Es decir: en adagio clásico, la guerra continúa la política, pero son irreductibles la una a la otra. El país continúa con protestas cíclicas por las decisiones del presidente Benjamín Netanyahu de centralizar las instituciones en torno al ejecutivo, sobre todo el poder judicial (en la línea de otros países, como EEUU o México) y la gestión del rescate al medio centenar de rehenes (una treintena ya fallecidos) que mantiene Hamás. Por añadidura, el alineamiento con Trump es algo que puede ser beneficioso para el gobierno israelí, siempre que el trumpismo se mantenga. Pero no hay indicios de que esto sea así y de hecho la polarización en EEUU o la visión de Israel como demasiado alineada con las tesis republicanas podría erosionar ese consenso al más alto nivel entre ambos Estados (Eldad Shavit y Rotem Oreg, INSS). Desde esta hipótesis, podría verse el ataque de EEUU a Irán como un ataque «de Estado» (consensuado por el complejo militar industrial y el gobierno), más que una decisión «de régimen» (decidido por la administración Trump o por este mismo), lo que supondría tener que sopesar caso por caso, como lo requieren las decisiones de Estado. Indicios de esto último es el tiempo que se requiere para preparar un ataque como el de Fordow, así como la ventaja geopolítica que ha logrado EEUU, algo a lo que me referiré más adelante.
Finalmente, como en el dinosaurio del microrrelato de Augusto Monterroso, cuando Israel despierte, Gaza seguirá allí. Es decir, tras las maniobras exitosas militares e, incluso, geopolíticas, la obligación de hacer política con los vecinos regionales persiste. Por añadidura, militarmente poco o nada de los ataques contra Irán es aplicable a Gaza, un entorno donde las acciones — hoy por hoy — se parecen más a insurgencia de baja intensidad (artefactos explosivos improvisados, paqueos o disparos de los insurgentes aprovechando blancos fáciles, una población hostil y una opinión pública internacional crítica). Aun así, si los países musulmanes (árabes, turcos o persas) también asumen que, cuando despierten de sus sueños radicales, Israel va a seguir allí, quizá ese despertar a nuevos escenarios sea menos abrupto y menos cargado de miedos.
Irán
Irán era un poder regional y lo va a seguir siendo; ello, independientemente del régimen que haya en Teherán. Lo que no es inherente al país es la animadversión (es un eufemismo para algo peor) del régimen iraní contra Israel. Este antisemitismo de Estado es un cálculo del régimen teocrático de los ayatolás, puesto que antes de 1979 e incluso durante la guerra contra Irak (1980-1988), las relaciones con Israel no eran de la beligerancia actual.
Irán considera que su hegemonía en la región es natural, con raíces históricas quizá sólo asimilables entre sus vecinos a las de Turquía. El país resalta su origen como Persia, un antecedente milenario, frente al artificio de los otros países de la región, fruto de los laboratorios imperialistas occidentales: Líbano, Siria, Irak, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Catar, etcétera, son entidades del siglo XX, provenientes de la descomposición del Imperio otomano y el posterior trazado casi de nuevo cuño de las potencias imperiales. Igualmente, confluyen en su beligerancia una religiosidad minoritaria chiíta (aunque mayoritaria dentro de países como el mismo Irán o Irak), frente a la mayoría mundial sunita (90% de los musulmanes); y un sustrato revolucionario declinado como antiimperialismo, sobre todo frente a EEUU. Es decir, a pesar de ser una teocracia, Irán se opone a los países conservadores de la región, gobernados por elites familiares patrimonialistas, además de exportar su ideología, saber hacer y demás medios de influencia a movimientos populistas internacionales. En ellos incluye no solamente los de cuño chiita, sino aliado como Venezuela, Cuba o Nicaragua (todos ellos han suspendido sus relaciones con Israel), unidos por una retórica que utiliza, para sus intereses de Realpolitik, el discurso populista antiestadounidense (Boaz Shapira, Report – IRGC [Islamic Revolutionary Guard Corps aka Sepah or Pasdaran], pp. 7-8). Visto así, desde la perspectiva emic iraní, no es casual la beligerancia contra Israel, que por ser un Estado reciente, no musulmán y aliado de EEUU en la región, concentra a los enemigos del régimen de los ayatolás.
Una de las maneras en que la «profundidad estratégica» (capacidad de un país de intervenir lejos de las fronteras para proteger intereses, principalmente geopolíticos) de Irán afecta más a Israel es promover o reforzar enclaves religiosos chiítas armados cerca del país hebreo (Robert Mason, Strategic Depth Through Enclaves: Iran, Syria, and Hezbollah). Sin embargo, por lo comentado tras octubre de 2023, el «eje de resisencia», principalmente Hizbulá, ha quedado diezmados en el último año y medio; Siria ya no tiene un presidente proiraní, al haber perdido el apoyo de una Rusia que sigue desangrándose en Ucrania, y ante un Irán refractario a jugársela contra Turquía; y los hutíes no dejan de ser un gobierno de facto en parte de Yemen, precario, sin fuerza aérea (aunque ingeniosos y controladores del estrecho de Bab el-Mandeb, clave en el tráfico marítimo entre el Canal de Suez y el Océano Índico).
A ello se añade que ninguna de las potencias mundiales proiraníes (Rusia y China) han hecho nada para impedir que Israel y EEUU bombardeasen dónde y cómo quisieron el país persa. Y ello a pesar de la interrelación del gobierno de Moscú y el de Teherán, desde 2010, pero maximizada por la guerra de Ucrania en 2022 (The evolving Russia-Iran relationship, enero de 2025).
Mientras tanto, China se ha posicionado como un defensor del orden internacional (aunque haga dentro de sus fronteras lo opuesto a lo que propugna fuera de ellas) y del comercio (preocupada por el impacto de un posible cierre del estrecho de Ormuz, controlado por el gobierno de Teherán).
En definitiva, Irán no es un casus belli ni para Moscú, como podría serlo el envío de tropas estadounidenses en suelo ucraniano; ni para China, como lo sería defender militarmente a Taiwán.
Aun así, si las partes en guerra cumplen el reciente alto el fuego impuesto por EEUU, Irán tendría un par de puntos a favor en posibles negociaciones — que de por sí serán difíciles, dada su derrota militar fuera y dentro de su territorio:
- Por un lado, el régimen no ha mostrado debilidad, sea esto por la fortaleza del aparato de seguridad interno o por la ausencia de alternativas unificadas en la oposición (Sina Toossi, Al Jazeera). El propio Trump se ha retractado de un post en su red social Truth, donde deslizaba la posibilidad de un cambio de régimen, sin saberse muy bien si se refería a una figura distinta al líder supremo de la revolución Alí Hoseiní Jamenei, o al final del gobierno teocrático de los ayatolás. En todo caso, el sistema dual iraní, donde instituciones ligadas directamente al líder de la revolución conforman un Estado dentro del Estado, con mayores medios y prebendas, dificulta un cambio quirúrgico de régimen. Los fallidos cambios alentados desde el exterior en Irak y Afganistán tampoco son precedentes halagüeños para los Zbigniew Brzezinski del gobierno estadounidense.
- Otro punto a favor de Irán es que, si conserva la voluntad de hacerlo, y aun en el peor de los casos, puede reconstruir su sistema nuclear en un par de años: «el tiempo necesario para revivir y recrear un complejo de producción de armas nucleares a gran escala es de dos años, momento en el cual Irán habría producido su primera ojiva nuclear lanzada por misil y creado la infraestructura para la producción en serie de muchas ojivas más» (David Albright, Institute for Science and International Security).
Habrá que estar en estos días a calibrar exactamente qué retraso ha sufrido el programa nuclear; por ejemplo un informe preliminar de inteligencia del Pentágono sugería que el bombardeo estadounidense lo habría retrasado solamente unos meses. Pero, en realidad, lo que está por verse es si los daños de los bombardeos israelíes y estadounidenses disuaden a Irán de buscar de nuevo una bomba nuclear. Tanto Jerusalén como Washignton han establecido esto como una línea roja; pero, de mantenerse los gobernantes de Teherán, es cuestión de paciencia y tiempo (por ejemplo, para que cambien las administraciones de Netanyahu y Trump) el que Irán vuelva al punto de partida.
EEUU
Al momento, EEUU ha reforzado su posición mundial. Más que entender la participación en la guerra con Israel de un modo subjetivista (por ejemplo, por la afinidad entre Netanyahu y Trump; aunque pueda haberla, no se mueven todos esos recursos por meras «afinidades electivas») o psicologista (por una supuesta «islamofobia» trumpista, que contradiría la sintonía con países tan disímiles, incluso enfrentados entre sí, como Arabia Saudí, Jordania o Catar), habrá que considerar el trasfondo geoestratégico. Según este, la principal potencia mundial ha dejado claras sus reglas frente a las autocracias con las que se disputa el mundo, al decir de Yacov Bengo. El problema es que no se sabe muy bien si las reglas que ha dejado esta política de Trump son las de este o las de EEUU. En todo caso, según suele ser el presidente estadounidense, en las negociaciones con Irán se buscará un acuerdo rápido, quizá contraintuitivo, seguramente efectista y vendible como exitoso, aunque parte de él oculte problemas mayores.
Por desarrollar lo sostenido por el mencionado Bengo, EEUU puede contemporizar con Rusia respecto al destino de partes de Europa; sin embargo, no puede hacer lo mismo permitiendo que un aliado tan afín a Rusia como Irán posea una bomba nuclear. Ello no (solamente) en apoyo de Israel, sino por la carrera armamentista que se generaría en Oriente Medio (Arabia Saudí, Catar, Egipto, Irak o Turquía podrían buscar la bomba atómica), repitiendo el efecto espejo que ya sucede entre las dos potencias nucleares India y Pakistán. Es más, si China tiene en Corea del Norte un aliado con capacidad nuclear y Rusia se ha acercado también al país norcoreano (en específico, Eric Woods, para Iddle, explica la interrelación Rusia/Irán/Corea del Norte como una manera de aprender a evadir las sanciones de Occidente), un enemigo que además exagera su capacidad de incidir internacionalmente, precisamente, por la posesión del arsenal nuclear, ¿no sería una temeridad permitir ahora que Irán, tan afín a Rusia y China (y, en cualquier caso, imprevisible), desarrolle tal armamento? 12 días después de estos ataques militares, Irán, atenazado por quienes han buscado mostrar fuerza en la región (Israel) y a nivel mundial (EEUU), si quiere mantener su régimen, debe recomponer su fuerza regional y batallar por atraerse, aún más, la fuerza de las potencias china y rusa; sobre todo, de la primera. De no hacerlo, el riesgo de que Israel y EEUU — de fracasar las negociaciones — planteen nuevos ataques para «finalizar lo ya empezado» es un fatalismo factible para los persas.
Texto redactado por el Dr. Jesús Pérez Caballero. Puede consultarse una edición en vídeo del mismo a través del enlace: https://youtu.be/41J1ecjvbrk