El libro El Cerco, registra una belleza terrible, contrastante

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Discurso de Juan José Cerón en la inauguración de exposición.

jueves 8 de noviembre de 2018

El pasado 25 de octubre se inauguró la exposición fotográfica “El Cerco” del fotoperiodista Guillermo Arias en el Parque Fundidora en la ciudad de Monterrey. El encuentro contó con la presencia y participación del fotoperiodista Juan José Cerón, quien dio el discurso de bienvenida, el cual se comparte a continuación:

“El objetivo es mostrar el diálogo que El Cerco sostiene con los diversos entornos y espacios que interviene a lo largo de la frontera, y cómo los actores individuales y colectivos se reflejan en él,  apropiándose de sus múltiples formas, en un intento por rescatar la polifonía del espacio fronterizo intervenido” Guillermo Arias.

Buenas noches, quiero agradecer al Doctor Camilo Contreras y a la maestra Isabel Sánchez, del Colegio de la Frontera Norte por su invitación a presentar en Monterrey, el libro El Cerco, de Guillermo Arias. Me honra estar aquí.

Para los que nacimos territorio adentro, en el centro del país, la línea fronteriza nos parece lejana, ajena. Sus problemas parecen de otros y el llamado “sueño americano” llega con las voces de los amigos que se fueron sin papeles “pa´l otro lado” a buscar algún futuro que el pueblo no les proporcionó. Algunos regresan con las esperanzas y el cuerpo flacos, otros logran quedarse. ¿Qué hacer con esas historias? La fotografía es una posibilidad de registrarlas. Y si la fotografía nos abre una pequeña rendija de puertas para ver lo que no conocemos, la fotografía especializada nos abre de par en par algunas de ellas para entrar en circunstancias desconocidas.

El fotoperiodismo es más que un oficio. El fotoperiodista es un creador que nace como testigo. Es deseo de registrar lo que sucede a diario, es la esperanza de que se puede contribuir a hacer historia de los acontecimientos que registra meticulosamente con su cámara, es compromiso social, político con los tiempos que le toca vivir. Es el anhelo de ejercer dejando un registro fiel, desde su subjetiva objetividad.

Ejercerlo, deja satisfacciones, pero también se tienen que pagar precios altos. Días sin horarios, alejamiento de la familia, coberturas fotográficas en condiciones extremas, constantes enfrentamientos con quienes tratan de impedir su labor, correr de un lado a otro, pasar de un día a otro cubriendo eventos diferentes, enviando fotografías. Antes, cuando las cámaras eran de película, se requerían horas para hacer el proceso de revelado, impresión y transmisión del material fotográfico, ahora, es cierto que el proceso se ha acortado por la digitalización, pero hay una feroz competencia por transmitir en vivo para no ser vencidos por testigos que hicieron fotos con sus celulares. Y a pesar de eso, o quizá por eso, los fotoperiodistas siguen ejerciendo su oficio con un ojo bien entrenado y con fotografías precisas, de momentos irrepetibles.

Guillermo Arias es fotoperiodista, y su trayectoria ha sido reconocida. Recibió una mención honorífica en el concurso internacional World Press Photo 2009, en la categoría de Temas contemporáneos, por la foto de un hombre ejecutado en Tijuana en el contexto de la “guerra contra el narco”. En ese mismo año recibió el Premio Nacional de fotoperiodismo cultural por su trabajo “La muerte de todos los días”.

Ser fotoperiodista es un estilo de vida elegido entre otras especialidades. Algunos escogen el fotoperiodismo deportivo, otros moda o espectáculos, pero optar por el fotoperiodismo que hace Guillermo Arias, es un camino pedregoso, lleno de riesgos y conflictos. En el libro El Cerco, que esta noche nos reúne, se nota su oficio.

Seguramente tendrá satisfacciones esta noche. Esto que menciono son justamente los imprevistos que cambian el rumbo de la vida, hace unos días, Guillermo Arias estaba programado estar aquí y hoy paradójicamente se va a encontrar con la caravana que llegará a la incertidumbre de vencer o ser vencidos frente a un muro de ideologías políticas y discriminación.

El proyecto fotográfico original consistía en hacer un registro visual del muro en los poco más de 3000 kilómetros de esa línea fronteriza que dividen a México y Estados Unidos, pero la realidad determina situaciones diferentes. El precio a pagar, como lo escribe Guillermo Arias, fue imposible tomar fotografías en ciertas zonas de la frontera mexicana por amenazas recibidas y las tuvo que hacer, paradójicamente, desde el lado americano. Otro precio a pagar: en la frontera Tamaulipas-Texas solo pudo hacer fotos en Nuevo Laredo, más al noreste, la presencia del narco que domina toda esa franja fronteriza lo hizo imposible. En la introducción del libro, Guillermo escribe:

…”a pesar de ser una de las regiones más vigiladas del mundo, paradójicamente la frontera es uno de los espacios más inseguros para desarrollar cualquier actividad, particularmente si se trata de documentación visual”.

El libro El Cerco, registra una belleza terrible, contrastante. Y esto es un sello del oficio.

En los años 90 a Sebastiao Salgado se le acusaba de “anestesiar la indignación por hacer bello el sufrimiento de las personas”. Ingrid Sischy escribía en The New Yorker, que “la preocupación por la composición de sus fotografías hacía que el espectador quedase pasivo ante la tragedia que estaba observando puesto que la belleza es una llamada a la admiración, no a la acción”.

Susan Sontag sospechaba ante las fotos “sumamente bellas” de Salgado, decía que las fotos no tenían nombres de los retratados y eso las hacía sospechosas. Eso no sucede en el libro El Cerco, en los pies de foto hay datos precisos, latitud y altitud, nombre del lugar y de algunas de las personas. Sontag, una de las críticas más importantes de la fotografía de las últimas décadas, también: “no creo yo que la belleza y la veracidad sean incompatibles”.

Cada que veo fotografías “terribles y bellas” no dejo de pensar que son reales, que lo que está colgado en una galería o publicado en un libro no están inventadas, montadas, son verídicas. Pienso en las condiciones en que el fotógrafo las tomó, las situaciones extremas que afrontó, la manera en que se integró, que pasó a ser invisible para no influenciar en los acontecimientos.

Cuando vi la portada del libro “El cerco”, de Guillermo Arias, pensé en eso. La fotografía tiene una belleza que no oculta la terrible veracidad. Es un monstruo que emerge de las aguas del océano Pacífico y se enraíza en la tierra para separar dos países, dos culturas y que lo sabemos, es una línea que divide las tierras que fueron mexicanas.

Hay imágenes terriblemente bellas, estéticamente impecables y le dan sentido a la expresión de ese momento único e irrepetible, el instante decisivo del que hablaba Cartier-Bresson, los momentos precisos en que la luz y todos los elementos que componen la fotografía se acomodan y se eternizan.

Las fotografías de Guillermo Arias no son fotos rápidas, azarosas, sus fotos son pensadas, con una carga interpretativa que da la experiencia y la sensibilidad. Quizá alguna foto (pág. 13) como la de la persona en Ciudad Juárez que levanta la mano al cielo de un lado de la frontera mientras globos vuelan libremente al aire del otro lado del cerco, son instantes efímeros que la experiencia en el oficio detecta, busca el encuadre rápidamente y dispara también en ese instante decisivo que nos regala una imagen que denota la frialdad de la malla que aprisiona en contraste de la libertad del colorido globo que nadie lo detiene.

En el tríptico de las páginas 18-19, la silueta negra, bella, del Cerco en las playas de Tijuana dialoga con una luz incierta que viene del otro lado y remata con un dibujo del amenazante, iracundo Donald Trump, acompañado de la palabra: Violador. El sentido crítico de estas imágenes representan en muchos aspectos la lectura que hace Arias sobre el muro.

En Ciudad Juárez, Chihuahua, (pág. 22) el muro a contraluz proyecta una sombra hacia el lado mexicano con la promesa falsa de la luz hipnotizante al otro lado. En Agua Prieta, Sonora (pág. 23), el muro dorado por la luz del atardecer, hermoso, se perfila sobre un cielo de nubes que le dan espacio a las aves que cruzan libremente en las alturas, un aspecto que es constante en las fotografías del libro son los cielos, en la mayoría de las fotografías muestra el cielo en diferentes formas y colores, pero siempre el mismo para ambos lados de la frontera, un cielo que une el sentido de libertad.

En Altar, Sonora (pág. 25), el desierto, tierra de nadie, una línea lo parte en dos, dividiendo todo.

De contrastes está lleno el libro. En las páginas 26-27, del lado americano Jim Chilton posa con los ojos volteando al cielo, piel blanca, impecablemente vestido con su camisa a cuadros y sombrero, mira altivo al otro lado, al lado mexicano, con el paisaje todo suyo y el futuro en sus manos. En la siguiente página Héctor Manuel Anguiano, cabeza baja, pala en mano lista para el trabajo, piel oscura, posa frente a un paisaje desordenado, rodeado de basura, y en medio de colinas pelonas. La tez. El orden. La postura. Las manos. Antítesis de una sociedad llena de contrastes, llena de belleza.

La frontera está tan cerca de la vida diaria que sirve de tendedero de ropa (pág. 43) y es tal la cercanía que Esther Arias contesta la pregunta “Para ti, ¿que representa el muro?”, con un “oyes el ruido de la migra y oyes el ruido de la gente, lo único que les digo es hey no golpeen la malla porque hay niños adentro, y ellos le bajan, le van bajando. En sí, no te molestan, bueno a mí no me molestan”.

Este apartado del libro, nos permite escuchar en un diálogo directo con los entrevistados, las voces de los que cotidianamente conviven con el muro, respondiendo a la pregunta que al igual que en las fotografías existen voces de las dos lados del muro.

En la belleza terrible (pág. 54), está la aparente imagen bucólica del río en Ojinaga pero poniendo atención, se descubre la empequeñecida imagen de una mujer que cruza el río con un bebé, solos, en medio de un paisaje lleno de soledad. En la página contraria, la ironía aparece en un muro de acción poética, una leyenda que quizá está dirigido para los que intentaron cruzar y ven frustrado su intento: “También de este lado hay sueños”.

La cuidadosa edición de “El Cerco” tanto literaria como en la fotografía, es una inmejorable manera de ver la vida, un lenguaje con el que se transmiten ideas, una interpretación social de un tema que diariamente escuchamos en las noticias, en las conversaciones lo cual hace al libro representar el contexto histórico de una sociedad que camina buscando nuevas oportunidades. Guillermo Arias, mira, interpreta y esta noche nos deja ver en su libro y en la exposición, su mirada.

El libro nos deja ver que no hay un cerco uniforme y registra una colección de diferentes límites que interrumpen la mirada en los horizontes de la montaña, el desierto, las ciudades. El Cerco concluye con ocho fotografías, frías e impactantes sobre los prototipos de muro que Donald Trump quiere construir, claro, pagado por nosotros.

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