En honor de Tito Alegría

jueves 2 de mayo de 2024

Un gran maestro se nos ha ido.  Hace poco falleció el reconocido profesor del COLEF Tito Alegría Olazábal. La obra de Tito influyó toda una generación de fronterólogos, no solo en México y Latinoamérica sino en Europa.  Lo que sigue es un homenaje más bien personal, escrito por un viejo amigo. 

Al tomar su clase de economía urbana, allá en el lejano 1988 cuando el El Colegio de la Frontera Norte todavía se ubicaba en la Avenida Abelardo Rodriguez en Tijuana, Tito fue el único profesor con quién perdí una asignatura. Aquella nota desoladora la atribuyó al hecho de que estuviera distraído por una colega de la planta. Y tenía razón.

Este momento penoso, empero, fue lo que en realidad constituyó solo una pequeña distracción en el desarrollo de una amistad que trascendió décadas y continentes.  En la base, creo, lo que nos unía fue nuestra condición compartida de ser ‘outsiders’ en nuestros respectivos contextos nacionales e institucionales; yo, un emigrado a Estados Unidos con raíces franco-alemán-judías quien había pasado unos años antes de nuestro encuentro en el Perú; él, un peruano en México. Tito me decía que su gran bigote negro era su “disfraz mexicano”; con menos éxito, yo en Tijuana intentaba disfrazarme con mi “español peruano”.  

Creo a la vez que aquella condición excéntrica compartida dio intensidad a nuestras conversaciones; precisamente por encontrarnos en tierra que no era la de nuestro nacimiento, lo único que nos quedaba eran las ideas, la convicción, el argumento.  Así, debatíamos en bares alrededor de Abelardo. Debatíamos en su coche, de noche, en camino a alguna fiesta entre amiga/os, quedándonos a las afueras de alguna casa, discutiendo ferozmente cómo como si el mundo dependía del resultado.  Debatíamos.  El contenido de aquellos debates queda casi en el olvido.  Discrepamos en verdad sobre la capacidad de la industria maquiladora en producir desarrollo sostenible para la región bajacaliforniana?  Argumentamos si la visión mítica de Aztlán se adecuara a la realidad transfronteriza entre Tijuana y San Diego?  No me acuerdo.  Solo siento la intensidad en la forma de hablar de Tito, sentado detrás del volante, mirando por la vitrina a una calle tijuanense pobremente iluminada de noche, expresando una seriedad asombrosa que, a poco, estallaba en risa, sus ojos brillando detrás de sus grandes gafas negras.

Y las fiestas.  Ay sí … las fiestas.  En su casa se reunía la crema de una intelectualidad latinoamericana, norteamericana y, a veces, europea.  Entre vasos de vino, tequila o whiskey seguíamos discutiendo mientras que algunos fumaban (cómo fumabas, Tito) y otros bailaban al son de Juan Luís Guerra. En retrospectiva, aquellas reuniones en su casa formaban el fundamento de lo que llamaría un semillero transfronterizo, un colegio invisible más allá de cualquier institución académica o poder estatal, una ciudad fronteriza flotante no solo entre dos naciones sino entre muchas, fundada en ideas serias, ideales progresistas, imaginarios balbuceantes, argumentos, tequila, amor y risas. Dicho sea de paso, era a la vez el espacio de nuestra juventud.  

Y claro para nosotros eran tiempos de vorágine para las lecturas: compartimos libros en inglés y español, o los encontramos al azar.  Me acuerdo de haber visto un día por primera vez Social Relations and Spatial Structures (Derek Gregory y John Urry, eds) sobre una mesa de madera en casa de Tito, libro fundamental  para mi desarrollo intelectual subsiguiente.  Descubrí, junto a Cantínflas y el Pato Donald en una librería callejera tijuanense, Culturas Híbridas: Estrategias para Entrar y Salir de la Modernidad de  Néstor García Canclini, confirmando de esta forma para mí la hipótesis posmoderna de la yuxtaposición inherente entre ‘alta’ cultura y cultura popular.  

A la hora de hacer nuestros trabajos de doctorado al comienzo de los 1990s, aquella ciudad transfronteriza flotante se mudó parcialmente a Los Angeles. Tito se fue a estudiar con Harry Richardson en la University of Southern California, mientras Alejandro Mercado Celis, Julieta Bartolini y yo nos encontramos en la Graduate School of Architecture and Urban Planning de la UCLA, dónde estudiamos con John Friedmann, Ed Soja y Michael Storper, entre otra/os. Allí en Los Ángeles entramos en el ojo del huracán posmoderno.  Cada uno intentamos adecuarnos a aquella ola intelectual hegemónica a nuestra manera, algunos con más escepticismo que otros.  Tito era uno de los escépticos más empedernidos.  Fiel a su herencia disciplinaria cuantitativa y positivista anclada en sus estudios marxistas en la Universidad San Carlos de Lima, Tito miraba irasciblemente a los intentos por parte de geógrafos posmodernos como Michael Dear de narrar la región fronteriza entre San Diego y Tijuana como una ‘ciudad posfrontera’ (‘postborder city’), un espacio fluido, híbrido y posmoderno constituyendo la ‘bajaltacalifornia’, o como una ‘metropolí transfronteriza’ donde, en palabras de Lawrence Herzog, “North meets South”.  Para Tito, las dinámicas urbanas de San Diego y Tijuana respondían a impulsos más bien correlacionados con sus hinterlands nacionales respectivos. No existía, por ende, una ciudad bi- o transnacional que trascendiera las respectivas soberanías nacionales de cada país.  En su formulación, Tijuana y San Diego eran “juntos pero no revueltos”, y al leer esta frase me acuerdo pensar con una leve sonrisa en los labios de una enorme omelette que cubriría la garita de San Ysidro. No fue Foucault quien en algún texto asemejaba el concepto del estado a una merienda indigestible? 

“Tito, the last modernist”, decía mi compañero de doctorado Jordi Benería Surkín, al escucharle hablar en unas de nuestras incorregibles fiestas en su apartamento en la mid-Wilshire donde se mezclaban estudiantes de UCLA y USC.  Pero aquella aseveración fue prematura.  En una época actual marcada por la obsolescencia completa del discurso posmoderno y la recrudescencia de una despiadada versión neoliberal del positivismo mezclado con un nuevo “reino de los expertos”, quedamos rodeados más que nunca de modernismos nefastos que no tuvieron las buenas maneras de desaparecer bajo el argumento devastador posmoderno.  Precisamente por ello necesitamos recuperar el modernismo particular de Tito.  Como aludía anteriormente a su herencia marxista, el modernismo de Tito, articulado años-luz antes de Bruno Latour, se fundaba en la convicción de que el lado mexicano de la frontera, así como México  en su totalidad, todavía no había llegado a la modernidad, que la obra intelectual  urgente era la modernización completa de la frontera y del país, construyendo infraestructuras físicas, sociales, culturales y políticas que brindarían a la población fronteriza una dignidad de vida de la cual todavía carecía.  El modernismo de Tito, lleno de fórmulas algebraicas intimidantes y tablas marcando el número de llamadas telefónicas de un lado al otro de la frontera, era sin embargo un modernismo sumamente preocupado por las relaciones de poder asimétricas entre Estados Unidos y México que se manifestaban en desigualdades severas en ambos lados de la frontera.  Era un modernismo anclado en la lucha por la justicia social. Y era un modernismo que, en lugar de sentirse amenazado — como es tan frecuente hoy — por formas más literarias y líricas de hacer ciencia social, celebraba otras formas de pensar y escribir si coincidían en el proyecto de labrar juntos aquella justicia socio-espacial.  

El espíritu de la ciudad flotante siguió extendiéndose hacía horizontes insospechados.  Al comienzo de los 2000s, la traje conmigo a la frontera holandesa-alemana entre Nijmegen (holanda) y Kleve (Alemania), donde, con Barbara Hooper, establecimos un marco conceptual para el estudio poscolonial de la frontera europea. Más tarde tuve el privilegio de acompañar a toda una generación de estudiantes activistas en la llamada ‘crisis’ migratoria de 2015.  Hubo reflujos importantes entre Nijmegen/Kleve y Tijuana; con una gran generosidad, Tito recibió e integró a mi entonces alumna Kolar Aparna en las actividades del COLEF, una experiencia imprescindible para la elaboración de su magnífica tesis de maestría en la cual Kolar elaboraba mapas mentales de la frontera entre EEUU y México en la vida cotidiana de los tijuanenses.  A la vez, Tito nos visitó y ofreció ponencias en Nijmegen.  El semillero fronterizo que inauguró Tito no solo tiene ahora para nosotros importantes nodos pan-europeos, sino integra la obra valiosa de fronterólogos en toda América Latina, con foco aglutinador en el Grupo de Estudios Transfronterizos (GET) con sede en la amazonía colombiana. Más recientemente, las olas emanando desde la ciudad flotante han inaugurado un debate vital trans-atlántico entre fronterólogos europeos y latinoamericanos, vivamente visible en el volumen editado desde el GET en 2022 Fronteras sin Muros ni Hegemonías: Encuentros entre la Amazonía, América y Europa, en la cual contribuimos Tito y yo con capítulos separados.  Leyendo aquellos dos ensayos uno tras otro, uno se daría cuenta de que las charlas que tuvimos Tito y yo en la Avenida Abelardo Rodríguez hace casi cuarenta años nunca han terminado.  Aunque  ya no estás entre nosotros, Tito, seguiré dialogando contigo hasta que toque irme a mí.  

Una mañana temprana en el verano del lejano 1988, cuando intentaba cruzar en mi pequeño Champ rojo desde la Calle Revolución hacía las garitas de San Ysidro en dirección norte, el agente  del Border Patrol estacionado en la garita me preguntó dónde había pasado la noche.  Le repondí, “visiting friends”.  “Friends?”, me dijo, una leve sonrisa-cómplice en la boca. “Yes, friends”, le hubiera respondido.  “Tito Alegría is and will always be a friend.”

Dr. Olivier Thomas Kramsch

Department of Human Geography

Radboud Universiteit

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