Indignados y (des)esperanzas juveniles

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jueves 8 de agosto de 2013


Las grandes manifestaciones que recorren el mundo con paso avasallante se inscriben en la exclusión y precarización de la población en contextos de enorme desigualdad social, situación que ha desatado la indignación de amplios sectores sociales entre los cuales las y los jóvenes poseen un papel protagónico.

Tras el movimiento de los indignados se encuentra el quebranto de la esperanza conformada desde la perspectiva de futuro asociada al progreso y a un ahora cotidiano cargado de incertidumbre y aprehensiones. Millones de jóvenes enfrentan la incertidumbre y los efectos de una crisis ampliada que afecta sus condiciones de vida, sus expectativas de empleo, su acceso a prestaciones sociales, el decremento de su seguridad en contextos cada vez más violentos desde los cuales, de forma paradójica, se estereotipa y criminaliza a los jóvenes como si fueran ellos los causantes de la violencia y penurias económicas que vivimos.

Entre los jóvenes, persisten marcadas diferencias en opciones y expectativas de vida a partir de regiones, países, clase, género adscripción étnica. Estos aspectos inciden en las bases objetivas que definen u obstaculizan sus posibilidades de desarrollar proyectos viables de vida. Junto a expresiones que construyen imaginarios juveniles desde posiciones retóricas que les confieren una condición privilegiada y cómoda caracterizada por una incontinente proclividad hedonista, se presenta una realidad abrumadora en la cual por lo menos 515 millones de jóvenes viven con menos de dos dólares al día y más de 40 por ciento lo hacen con menos de uno (CONAPO, 2010: 16).

En el actual escenario tardocapitalista destacan los problemas vinculados a la situación laboral de los jóvenes, quienes enfrentan graves problemas de desempleo, precarización e informalidad. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) informa que entre 1997 y 2007, se presentó un incremento de 147 millones de jóvenes, pero sólo 25.3 millones se incorporaron al mercado laboral (CONAPO, 2010: 44).

La población juvenil registra tasas de desempleo superiores a las existentes en otros rangos de edad de la población económicamente activa, pues constituye una quinta parte de la población mundial en edad de trabajar (24.7%) y representa 40.2 por ciento de los desempleados (Ibíd.: 45). Complementando este escenario de precariedad, resulta adecuado apuntar que en el año 2005, 308.5 millones de jóvenes trabajadores (56% del total de jóvenes empleados), permanecían en la pobreza con ingresos inferiores a dos dólares diarios, condición que ilustra su especial situación de precariedad y vulnerabilidad.

Documentando el empeoramiento de estos problemas, podemos señalar que en 2008, los jóvenes desempleados llegaron a 74.2 millones (CONAPO, 2010: 46-47). Por si lo anterior fuese insuficiente, los escenarios económicos se complican de manera abrumadora en los últimos meses y su impacto sobre el desempleo es sumamente grave, pues de acuerdo con información del Fondo Monetario Internacional, de septiembre de 2011, el desempleo en el mundo llegó a 200 millones de personas y representa el nivel más alto que ha existido en la historia.

Los jóvenes resienten el incremento de las condiciones de desempleo, precarización y vulnerabilidad laboral. La Organización Internacional del Trabajo calcula en 34 millones los empleos perdidos en el mundo entre 2007 y 2010, y estima que el 30 por ciento de ellos, (10.2 millones), corresponden a jóvenes de 15 a 24 años (OIT, 2010).

Además, entre 2008 y 2009 aumentó en 8.5 millones el número de jóvenes que se encontraban desempleados, lo cual representa casi el doble del incremento de la tasa de desempleo de la población adulta (1.3 y 0.7) (CONAPO, 2010: 48). Para documentar este escenario, resulta relevante considerar un reporte de la Organización de Naciones Unidas, donde se informa que con la recesión económica de 2009 incrementó la tasa de desempleo juvenil en el mundo llegando a 81 millones en ese año, además de evidenciar fuertes inequidades asociadas a la condición juvenil, pues los jóvenes trabajan más horas que los adultos, ganan menos que ellos y carecen o poseen niveles muy bajos de seguridad social.

Considerando el escenario presentado, no sorprende constatar la existencia de un fuerte desencanto juvenil, sensación que emerge por las limitadas condiciones de vida en las que vive gran parte de las y los jóvenes del planeta, pues millones de jóvenes construyen sus rutinas cotidianas con zozobra y desesperanza y muchos han salido a calles y plazas para expresar su inconformidad con el modelo económico dominante, generador de pobreza para muchos y de enormes riquezas para unos cuantos. En los últimos meses, el movimiento de los indignados ha identificado al neoliberalismo y sus beneficiarios (empresarios, políticos, financieros y especuladores) como enemigos del pueblo y responsables de la crisis.

El movimiento de ocupas e indignados apuesta por un orden global más democrático, transparente e incluyente basado en un modelo económico distinto, mucho más justo e igualitario; un modelo que atienda las necesidades de las grandes mayorías y que no esté subordinado a salvaguardar las inmorales riquezas del 1 por ciento. El contexto global que subyace al movimiento de los indignados destaca la crisis económica y cuestiona las supuestas soluciones que sólo buscan proteger a los grandes capitales financieros. Aunque puede parecer prematuro o riesgoso tratar de definir rasgos únicos en estos movimientos articulados en una suerte de conectividad global, podemos identificar algunos de sus rasgos:

La mayoría de ellos identifica de manera directa a los causantes de la devastación que vivimos, entre quienes se encuentran políticos, empresarios, consorcios, banqueros, especuladores y altos jerarcas del clero, así como los medios masivos de comunicación en connivencia con el poder.

El movimiento de los indignados se encuentra protagonizado por actores y actoras juveniles. Jóvenes-mujeres que imaginan mejores escenarios globales y salen a luchar para construirlos. Pero no son los únicos, el mundo se ha contagiado de indignación e incorpora a obreras y obreros, algunos sindicatos, intelectuales, artistas, estudiantes, amas de casa, y una enorme cantidad de personas portadoras de experiencias y adscripciones sociales diversas.

En cada lugar adquieren relevancia demandas emanadas de los contextos locales, sin embargo, prevalecen posiciones que recorren el mundo y se escuchan en todo el planeta. Entre ellas se encuentra la necesidad de un cambio global, democracia para todos, empleos dignos, que los ricos paguen el costo de su crisis y que paguen impuestos, detener la destrucción del medio ambiente, pronunciamientos y movilizaciones contra la privatización de la educación y la seguridad social, respeto a los derechos humanos, contra la pobreza, contra la desigualdad, contra el neoliberalismo y contra el capital.

Frente a las posiciones antidemocráticas, verticales y excluyentes de la derecha y los modelos neoliberales, los indignados apuestan por estilos diferentes y prácticas opuestas a los métodos de clases y grupos dominantes. En calles y plazas infectadas de indignación se vive un movimiento radical que combate con métodos pacíficos, resiste los embates policiales y mediáticos, difunde y convoca mediante redes sociales que operan dispositivos electrónicos (como Internet, Twitter y Facebook), y acuerda en asambleas utilizando métodos democráticos, participativos y horizontales.

Desde finales de la década de los años noventa del ya lejano siglo XX, muchos jóvenes y activistas indignados con la desigualdad ampliada por el neoliberalismo y sus organismos representativos como el Grupo de los Ocho (G8), la Organización Mundial de Comercio (OMC), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), emprendieron en Seattle una desigual lucha contra la globalización excluyente. El movimiento buscó de manera persistente que sus voces se escucharan y atendieran sus demandas, pero sólo recibieron represión e indolencia en los muchos escenarios donde trataron de colocar los temas de vida frente a la voracidad y la muerte ampliada.

También destacaron las movilizaciones de jóvenes que cambiaron los escenarios sociales en los países árabes del norte de África, como Túnez, Egipto y Libia y Siria en Medio Oriente. En mayo de 2011, una nueva expresión de la indignación irrumpió en las plazas madrileñas cuando 10,000 jóvenes salieron a exigir empleo y mejores condiciones de vida. Ante un futuro incierto y oscurecido por el desempleo, la protesta chocó con la violencia policial en la Gran Vía, pero tomaron la puerta del Sol donde resistieron a pesar de la represión, propalando la indignación a Barcelona y a muchas otras ciudades. Las protestas se ampliaron a Portugal, Grecia, Irlanda, Estados Unidos hasta llegar a 82 países y 951 ciudades en las movilizaciones de cientos de miles de personas en octubre de 2011. Al mismo tiempo, las y los jóvenes chilenos salieron a las calles y durante varios meses exigieron educación gratuita y de calidad, oponiéndose a la privatización de la educación, movimiento que despertó amplias simpatías entre la población de Chile.

Como han destacado Noam Chomsky, Eduardo Galeano, Naomy Klein y otros intelectuales, los indignados representan un movimiento descentralizado global frente a quienes han generado una crisis sistémica en el mundo y un desastre humanitario. En un discurso pronunciado ante el movimiento de los Ocupa Wall Street, Naomy Klein destacó que ya no hay países ricos, sólo gente rica, afirmación que enfatiza el brutal enriquecimiento de unos cuantos que lucran con la crisis y la miseria de la inmensa mayoría de la población del planeta.

El movimiento de los indignados es un punto de quiebre que apunta a la necesidad de un nuevo modelo económico global, nuevos proyectos nacionales, nuevos actores y actoras del proceso político y un nuevo proyecto civilizatorio. En esta empresa, las y los jóvenes tomaron la palabra, las plazas y los centros de poder financiero. Son ellos los más excluidos, los que resienten con mayor intensidad el peso del desempleo, la pobreza, la precariedad y la exclusión social. Los jóvenes son los grandes desplazados; no importa si lograron acumular credenciales educativas y concluyeron una carrera universitaria, pues los escenarios de incertidumbre limitan sus expectativas y generan ámbitos ampliados de frustración.

El seminario “No somos anti-sistema, el sistema es anti-nosotros” se realizará el 3 y 4 de octubre de 2013 en las instalaciones de El Colef en Tijuana, Baja California, México. El evento se conformará de una conferencia magistral y ponencias que corresponden a los siguientes ejes temáticos:

1) Experiencias juveniles, espacio público y política. Eje que busca hacer visibles las reflexiones juveniles respecto a sus experiencias de participación política dentro de los movimientos Occupy Wall Street, Indignados, #YoSoy132 y Dreamers para abrir un espacio de discusión que genere una agenda de temas clave para la comprensión de estos fenómenos.

2) Análisis de los Movimientos juveniles contemporáneos. A partir de las experiencias políticas juveniles, este eje pretende configurar interpretaciones y análisis sobre la dimensión política de la visibilidad juvenil.

Para mayores informes del seminario escríbanos a informes@colef.mx o consulte nuestro sitio web en www.colef.mx

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