El pasado 11 de noviembre, falleció Rufino Domínguez Santos en la ciudad de Fresno, California, víctima de un tumor cerebral, a los 53 años. Originario de San Miguel Cuevas, Oaxaca, y asentado en dicha ciudad californiana por varios años, probablemente su nombre no le dice mucho al grueso de los analistas de las migraciones contemporáneas, pero conforme conocemos algo de su trayectoria, nos damos cuenta de que Rufino fue uno de los líderes migrantes más importantes de los últimos tiempos que haya habido en Estados Unidos.
Conocí a Rufino en el año 2002 en Santa Cruz, California, en un gran evento sobre migración indígena mexicana en Estados Unidos, en el que participaban tanto académicos como líderes y miembros de organizaciones de migrantes indígenas en aquel país. Al tener varios amigos en común nos pudimos conocer, y comenzamos a congeniar en cuanto supimos que ambos éramos ex estudiantes maristas. Posteriormente nos topábamos en diversos eventos tanto en California como en Baja California, pero en cada nuevo encuentro me seguía causando admiración la capacidad de liderazgo que Rufino desplegaba. Dicha capacidad se sustentaba en dos cualidades: por un lado, su visión para situar los problemas de las comunidades migrantes indígenas mexicanas en términos tanto políticos como binacionales. Y por otro, el enorme arraigo que había logrado construir entre sus paisanos, tanto migrantes como no migrantes, y que eran el resultado de sus dotes performativas. Escucharlo siempre ante cualquier audiencia saludando y despidiéndose en mixteco, presentándose como lo que siempre pretendía ser (un hombre migrante, indígena, mixteco, mexicano, conocedor de las formas de desigualdad y explotación en ambos países, y sobre todo un animal político) cautivaba a aquellos que no compartíamos la misma condición social y étnica, y a su vez nos hacía pensar cuánto más hondo debía calar su presencia y su discurso entre aquellos que lo veían como alguien de los suyos.
Y desde luego, estaba su trayectoria, que a veces formaba parte de la narrativa de sus presentaciones. Con el paso del tiempo, tras escucharlo en varios eventos, foros y conversaciones informales, supimos que Rufino ya había participado desde temprana edad, durante los años ochenta, en la revuelta contra el cacique local de Juxtlahuaca, lo que condujo a su eventual migración, tan similar a la de muchísimos otros oaxaqueños: primero a los campos de cultivo en Sinaloa, luego a los de San Quintín en Baja California, y finalmente a los del centro y sur de California en Estados Unidos. A lo largo del recorrido, abrevó y participó en múltiples iniciativas organizativas, primero a través de la Asistencia Rural Legal de California, como promotor de intérpretes en lenguas indígenas y derechos laborales, lo que le permitió recorrer el estado californiano y consolidar su relación con diversas comunidades migrantes indígenas y no indígenas en múltiples localidades. De manera paralela, fue promotor de asociaciones clave como la Organización del Pueblo Explotado y Oprimido (OPEO), durante los años noventa; o bien, años después, el Frente Indígena Mixteco-Zapoteco, que eventualmente se transformará en Frente Indígena Oaxaqueño Binacional, y que terminará siendo finalmente el Frente Indígena de Organizaciones Binacionales (FIOB). Rufino fue un actor clave en la formación de esta última organización, de la que llegó a ser su coordinador binacional, ya durante la primera década del siglo XXI.
Esta trayectoria le valió precisamente la invitación que le hizo el gobierno de Oaxaca en 2010 para encabezar el Instituto Oaxaqueño de Atención al Migrante, puesto en el que se desempeñó hasta su renuncia en 2016. Fue en su calidad de titular de este Instituto que visitó El Colef en un par de ocasiones, para hablar sobre migración y etnicidad desde su propia experiencia.
El liderazgo y trayectoria de Rufino fue reconocido en múltiples ocasiones por diversas instancias. No obstante, para mí siempre será imborrable el último homenaje que se le hizo en la propia ciudad de Fresno, el 27 de mayo, en donde se dieron cita decenas de familiares, paisanos, amigos, líderes migrantes, activistas y representantes de una extensa gama de organizaciones para reconocer dicha trayectoria, aún con la presencia de Rufino, débil pero profundamente emocionado. Fue ahí donde pude aquilatar debidamente una vida como la suya, con sus defectos pero sobre todo con sus enormes virtudes, tras compararlo con muchos otros líderes migrantes que he podido conocer como parte de mi labor académica. Sin embargo, a pesar de su partida prematura de este mundo, nos queda la esperanza de que de las muchas personas que lo conocieron, surgirán varias y varios líderes que habrán de hacer de Estados Unidos y de México un mejor lugar para los migrantes, los indígenas, los desposeídos y los excluidos.